Veintidós cosas que he aprendido en veintidós años de escritura
Con una constancia variable, sí, pero ¿acaso no forma parte de mi encanto? 🤣
¡Es 22 de abril! El 22 de abril de 2004 empecé a escribir oficialmente, considerándome escritora por primera vez, a la edad de trece años. Aunque no anoté la fecha como tal, sé que empecé un miércoles y que fue en abril. Y, por cálculos complejísimos que hice en la época acerca de dónde y cuándo había ido a tal sitio o me había encontrado con tal persona, llegué a la conclusión de que tenía que haber sido el 22. Seis meses antes de mi cumpleaños 💐 Si calculas, efectivamente, han pasado 21 años. Así que, por el bien de la narración y dado que escribía cositas antes, lo dejamos en 22 que, por lo que sea, es mi número favorito y de la suerte. ¿Estamos? Estamos. Vamos al lío, porque cómo se dio esta maravilla de situación ya te lo conté en un post sobre cómo me lancé a enviar mi manuscrito a una editorial (que terminaría rechazándolo, pero bueno, eso ya no dependía de mí).

“Coser y cantar, todo es empezar”. Hay que empezar por algún sitio, y si te bulle una idea en la cabeza, sea de lo que sea, lo mejor es sacarla.
La gente está mucho más dispuesta a leerte de lo que tu cabecita autosaboteadora piensa en un principio.
Cuanto más arte consumas, más ideas tendrás.
Paradójicamente, cuanto más arte consumas, menos ideas tendrás. Te llegarás a abrumar por todo lo que quieres hacer y te parecerá que estás copiando… pero no, en realidad estarás asimilando información y dejándola macerar. Confía 😉
Cuando escribes, canalizas la energía creadora. Esto, más que un aprendizaje sobre mi propia experiencia, es una lección de Julia Cameron que me ha dado para filosofar un poquito en mis diarios.
Esto quiere decir que tú te conviertes en energía creadora, en un dios o diosa onmisciente en sus escritos. Es de cajón: escribes lo que quieres, como quieres. Pero verse a uno mismo con la capacidad de crear como un dios, de hacer y deshacer según se nos antoje, le añade una dimensión muy profunda a esta verdad. No me refiero a la figura del narrador omnisciente, ojo; estoy hablando de autoría en todo momento.
Ser la diosa del universo que estás escribiendo implica que tienes ciertas responsabilidades. Que si abandonas a tus personajes, mueren. Que si no creas la luz en un lore, no va a existir nunca y todos los habitantes de ese lore tendrán que vivir a oscuras para siempre. Porque, en el momento que no sea así, habrás caído en una incoherencia en el universo que te has sacado de la manga. En el final de Perdidos, por ejemplo, pasó algo así 🤣
Que se puede escribir de mil maneras y no te traicionas a ti misma si cuentas historias en otros medios.
Si no aprovechas el agua de tu pozo, otros lo harán. Véase cualquier empleador tirano que contrate hordas de becarios de Periodismo para escribir 40 horas semanales por menos de la mitad del salario mínimo.
La utilices tú o se la cedas a otros, el agua del pozo es finita y hay que reponerla. Puedes ir de cubo en cubo, si estás en un momento de sequía creativa; pero si consigues crear un buen acuífero bajo el pozo, o que le llegue agüita de un manantial cercano, el pozo se llenará solo y no te sentirás constantemente drenada. ¿Cómo bajamos esto a tierra? Vuelve al punto 3 😉
Que no necesitas publicar para considerarte escritora. Es más, “hay que creérselo” es lo primero que me dijo mi primer profesor de escritura. Lo demás, ya vendrá. No necesitas conocer los últimos 5 km del Camino de Santiago si lo vas a empezar desde un punto a 300 km.
Y hasta aquí la parte 1 de este viaje, amiguis. Porque quiero reflexionar un poquito más y centrarme en aprendizajes más tangibles y porque este post podría alargarse muchíiiisimo más 🤩 Cuéntame, ¿qué lecciones crees que le debes a la escritura? ¡Te leo!